Pocos personajes en la música se han construido un universo paralelo tan singular como el de Arthur Russell. A puntito de cumplirse los 25 años de su muerte, su obra sigue derrochando intriga y misterio como pocos consiguen en la actualidad. Su forma de experimentar nos sigue cogiendo por sorpresa, aun cuando parece que ya pocos enigmas quedan de toda la escena del funk y el disco mutantes de esa Nueva York de finales de los setenta y principios de los ochenta. Cada escucha (y cada reedición) logra dar una vuelta de tuerca más a los principios, en teoría inamovibles, de la música de baile. Russell era un violonchelista (por cierto, era quien tocaba el chelo en el “Psycho Killer” de los Talking Heads) que se apasionó al instante por la música disco, un género que él percibió desde el principio de forma muy distinta a como lo hicieron el resto de los mortales. Por eso no es de extrañar que se enamorara del género y, acto seguido, quisiera cambiarlo, pues probablemente ya sonaba así en su cabeza cuando pisó por primera vez un club gay del SoHo. Así que se puso manos a la obra y lo que surgió fue asombroso. Russell transformó los ritmos más corpóreos de la pista de baile en paisajes etéreos e infinitos, entendiendo la música disco como una secuencia de estructuras rítmicas mínimas sobre las que elaborar discursos abstractos y celestiales que fluían y se desarrollaban sin fin aparente. Todo parecía estar pensado para crear en el oyente una sensación de progresión hacia alguna parte.

En un principio, Russell abordó el disco desde los parámetros del mutant y sin cortar por lo sano con el género. Lo que hizo fue seguir los patrones establecidos pero volviendo a poner en primer plano el componente funk, que era el protagonista en esa increíble y brutal “Kiss Me Again” de 1978 que publicó bajo el alias de Dinosaur (aquí sin la L). Pero esa fue solo una pequeña introducción, un puente hacia el extraño mundo post-disco al que estaba a punto de zambullirse. En 1979 se ponía manos a la obra con “24/24 Music” (aunque se editaría en 1982), ahora bajo la máscara de Dinosaur L, en el que daría rienda suelta a su visión minimal del disco en la que se funden el ritmo con sus estudios del conservatorio y el funk galáctico.

El resultado es extraño y delicioso, y tiene dos momentos cumbre, como la inicial “#1 (You’re Gonna Be Clean On Your Bean)” en la que se elimina cualquier frontera entre el disco y el dub y donde se aíslan los elementos del funk sucesivamente para ir relevándose el protagonismo: guitarras dentadas, la rítmica de los diferentes instrumentos de viento que van apareciendo también por separado, el groove del órgano, chillidos agudos y voces serenas. El segundo momento estelar llega con el hit, “#5 (Go Bang)”, más cercano al jazz-house pero manteniendo el nivel de locura con desarrollos instrumentales imprevisibles que no por extraños dejan de ser absolutamente bailables. Aunando experimentación, baile, elegancia y sofisticación, “24/24 Music” es uno de los pocos discos en la historia que logrará poner de acuerdo al fan de Gang of Four con el fan de Donna Summer, a esa chica que solo quiere bailar con el friki que solo escucha a Karlheinz Stockhausen y a ti con tu tío, el de Ibiza, ese que solo se para a tomar un gin-tonic en los bares con muebles de diseño.