Conocido como The punk poet, John Cooper Clarke se había ganado el apodo a base de poesía antisistema (léase anti Thatcher) y de sus apariciones como telonero de los Sex Pistols y The Clash. El factor punk existía desde el punto de vista del yo-contra-el-mundo reducido al microuniverso social del Reino Unido de finales de los setenta y la década de los ochenta. Con Clarke, el mundo de ahí fuera seguía siendo tan mierda como el que asomaba tras las ventanas de las casas de Johnny Rotten o Joe Strumer, pero aun así introdujo nuevos elementos a la causa. El verbo afilado, el humor y el recitado fueron sus principales armas de resistencia, dando lugar a una nueva fórmula del Spoken Word. Antes poeta que músico, su faceta musical en ocasiones ni siquiera era tal, viéndose reducida a meros recitados incómodos. Sin embargo, esa otra cara sí existía, y lo más curioso es que parecía haber incorporado más recursos de John Lydon que de Johnny Rotten. Siguiendo sus pasos, Clarke dirigía sus poemas con la hoja de ruta de PIL, compartiendo esos primeros pasos que se adentraban de lleno en el proto-post-punk.

“Snap, Crackle & Bop” vio la luz en 1980 y tenía algunos momentos gloriosos, más allá del redescubrimiento de “Evidently Chickentown” –The Sopranos mediante- el disco incluía “Beasley Street”, una dura crítica no solo a Margaret Thatcher sino también a Keith Joseph, uno de sus ministros. “Keith Joseph smiles, and a baby dies, in a box in Beasley Street”, una hostia contundente y sin dobles lecturas para quien pretendía controlar la natalidad de los barrios obreros. Y es que ese es el escenario, un barrio obrero al uso del norte de Inglaterra que presta atención a los detalles del decorado “The rats have all got rickets /They spit through broken teeth”. No la busquéis en el mapa, la calle es inventada (se ve que rimaba) aunque sí está inspirada en el centro de Lower Borughton. Y lo que uno encuentra musicalmente no desentona con el marco general, más de seis minutos de tensión con un crescendo que no termina de arrancar manteniendo al oyente en ascuas y apretándose los puños.

Con todo, en su ascensión artística más allá del punk, Clarke se erigió en uno de los pocos poetas (poeta en el sentido estricto de poeta) de la nueva hornada de músicos ingleses, algo que debería sorprendernos si tenemos en cuenta el crecimiento de la importancia del rol de las letras en una escena que comenzaba a sustituir el “todo es una mierda” por el “estoy hecho una mierda” y cuya inspiración provenía de novelistas como William S. Borroughs. Otro caso único.