La madurez está sobrevalorada. Por lo menos si aplicamos técnicas inductivas de análisis y cogemos estos 4 casos: Jay Kaye, Errol Dunkley, Wendy & Bonnie y Brenda Lee. Cinco niños, cinco ejemplos de cómo la madurez es un sinónimo de pérdida de cualidades artísticas tales como la creatividad, la urgencia y la necesidad de dar a luz una visión del mundo que todavía no ha sido mancillada por hipotecas, padres destroza sueños, cargas familiares, problemas laborales y demás responsabilidades. Bienvenidos al país de Nunca jamás, el real, donde los niños consumen LSD y vacilan a las mujeres con grosería, o son explotados comercialmente hasta que suena el chirriante pitido de esa alarma que anuncia la llegada de la edad adulta. Fin del sueño.
Caso 1: Jay Kaye, un caballerete que, en 1968, con tan solo 15 años sacó un disco que todavía hoy nos desconcierta, al que se le perdió la pista y del que hoy se sabe muy poco. Vale, no se sabe nada. El nombre artístico se resumió en JK & Co. (y ojo que en la “Co” también habían niños prodigio) y tan solo se utilizó una vez, para publicar “Suddenly One Summer”. A partir de ahí, un vacío total. Este extraño álbum se facturó en Canadá, algo que debemos agradecer a su madre, quien por lo visto le animó a hacerlo y es un factor fundamental para su publicación. Pues eso, gracias.
Psicodélia pura inspirada en The Beatles,”Suddenly One Summer” parece contener absolutamente todos los elementos necesarios para crear una psicodelicia. Armonías etéreas, melodías espectrales, un sitar (que no falte), reverberación y un marco orquestal repleto de estímulos dispuestos para montar un escenario en el que representar aquello para lo que fue concebido el álbum, el ciclo de vida de una persona, desde su nacimiento hasta su muerte. Puto niño.
Por supuesto, el disco pasó desapercibido, cosa entendible ya que por lo visto la compañía decidió utilizar de single para las radios la introducción de 0:36 segundos. Creedme, canciones no faltan, están por ejemplo “Fly”, “Little Children”, “Magical Fingers of Minerva”, “Dead” (sí, con ésta se acaba el disco) y sobre todo “Christine”, un single pop brutal y de fácil digestión. He decidido no tratar de comprenderlo.
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Caso 2: Errol Dunkley. Este precoz músico jamaicano dio lo mejor de sí durante los primeros años de su carrera. Comenzó a grabar en 1965 con tan solo 14 años y es conocido especialmente por su versión en los 70 del tema “Ok Fred” de John Holt. Ni caso. Buscad todas sus grabaciones de los 60, en las que tenía menos voz pero muchísima más alma que en sus próximos años, en los que fue un músico bastante mediocre. Con un ritmo vacilón que lo desmarcaba del resto, temas como “Love Me Forever”, “The Scorcher” o “You’re Gonna Need Me” me dan la razón.
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Caso 3: Wendy & Bonnie. Una historia paralela a la de Jay Kaye, en este caso interpretada por dos hermanas de San Francisco, Bonnie y Wendy Flower tan solo un año más tarde. Tenían 13 y 17 años y se marcaron otro álbum de culto que todavía hoy nos sigue sorprendiendo: “Genesis”. Realmente parecían predestinadas a publicarlo, estaban en la ciudad adecuada, en el año adecuado y para colmo se apellidaban Flower, pero ni con esas su música puede guardarse en el cajón de la psicodelia convencional, no os vayáis a pensar. Casaron con asombrosa certeza psicodelia, samba, tropicalia y algo de jazz, pero cimentadas sobre la canción folk y lo dotaron de melodías hermosas e íntimas que mecían con sus frágiles voces al unísono, que es como está cantado todo el álbum con la excepción de algún coro sincopado. De nuevo, una medalla para sus padres, por lo visto grandes aficionados a la música clásica y detractores del rock, ya que en su influencia a las dos niñas –una influencia absolutamente deslocalizada e incluso fuera de lugar- probablemente sentaron las bases de un disco único que unía las raíces del hipismo con estilos más clásicos sin ningún esfuerzo que deja para los coleccionistas quedan joyas como “Let Yourself Go Another Time”, “The Paisley Window Pane” o “The Winter Is Cold”. Un disco natural como la vida misma, de vida corta más bien, porque tal como nació, murió.
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Caso 4: Brenda Lee. En esencia, el caso de Brenda Lee no tiene nada que ver con los otros tres casos. De hecho es diametralmente opuesto. De entrada porque fue un ídolo adolescente -también era la más pequeña de éste selecto grupo, ya que empezó con 12 años- a la que se preparó para hacer las delicias de la audiencia aunque, bien pensado, si la queja es el poco caso que se hizo a los casos anteriores deberíamos alegrarnos de que en el caso de Brenda Lee la historia fuese diametralmente opuesta. Además, su voz era portentosa, lo que la llevó a ser una gran artista internacional y a acumular una enorme cantidad de premios. Mientras los otros siguen siendo admirados por crítica y coleccionistas y visten su etiqueta de “disco de culto”, Brenda Lee tuvo el mundo a sus pies, pero las revistas especializadas pasan de ella y de su carrera como si fuera David Bisbal. Veremos cuando muera.
Por supuesto, la carrera de Lee no solo fue prolífica, también fue larga, pero la potencia de su voz continúa llegándome con más fuerza en su etapa más temprana, especialmente con “Jambalaya”, “Dynamite”, “Bigelow 6-200” y la navideña “Papa Noel”, aunque sería injusto no recoger otros momentos en los que está más crecidita como ese hit que todavía me estremece que es “Is It True” -¡lo bailaré hasta el último de mis días!-, o “If You Love Me” que me trae a la boca de forma irremediable sabores de infancia, es algo que me ha quedado para siempre. Pero aun así, la Brenda Lee pequeña, “Miss Little Dynamite” me parece menos refinada y más creíble en general, una niña que solo quiere cantar y disfrutar, como en los casos anteriores. Porque da igual que alcanzasen un hito en la historia de la psicodelia, que tuvieran más carisma que ningún jamaicano adulto, que facturaran un disco irrepetible o que tuvieran una voz muy por encima de la media, ya os digo que no eran casos de niños maduros, eran simplemente niños a los que no les cortaron las alas. No lo olvidéis.